Érase una vez un pueblo. Una mancha, en un llano. Un pueblo de los de molinos, quesos, quijotes de siglo veinte y carteles de pepsi oxidados. Allá donde las vides crecen ahora con el sudor del este, de Alá, y de la bohemia globalizada.
Érase una vez dos hermanos, criados a la vera de la semilla, la tierra, la paleta, y el cemento. Los tiempos los obligaron a buscar trabajo en la capital. Los tiempos los enseñaron a vivir para trabajar. El mayor se casó y tuvo dos hijos. El hermano pequeño es padre de dos hijas. Educar en un pueblo es tan complicado, como lo es cambiar la forma de ser de nuestros padres. Estos hermanos educaron a sus hijos de lo que aprendieron, y a parte, sus hijos, tomaron lo que les interesó de su tiempo.
Es curioso observar las enormes diferencias entre ellos, a la vez que las similitudes existentes entre tantas y tantas personas, y tantos y tantos lugares.
El hijo mayor del mayor de los hermanos, limita su hacienda a vivir al día, en trabajos destajo-esporádicos en busca del dinero fácil, la vida fácil. No importa el tiempo, no importan las formas. Se mueve por apetencias. No duda en creerse dueño de la palabra y el saber, y venera el dinero y los que lo poseen, como aspirando a que algún día, él pueda poseer esa utopía que es el conseguirlo todo sin esfuerzo. Desprecia los sentimientos. Claro, le hacen pensar. Desprecia las emociones, y su máxima expresión de amor se limita al coito testosterónico por su propio placer sin preocuparse del de ella, y por caricia entiende la palmada en el trasero. Trasero de su novia. La novia cumple el papel no escrito de las mujeres de los años 60, misal en mano, sumisas, complacientes, de sonrisa en la boca. Él se piensa que ella ha nacido para aguantarlo todo. Ella se piensa que no hay otro como él en el mundo. Ella sólo vive para lo que él quiere. Hace tiempo que no es ella, que no piensa en ella, que no se ríe por sí misma, que no disfruta la vida con sus dos ovarios, abriendo su punto de vista más allá de una casa, un mandil, chupetes por el suelo y unos cuantos pucheros. Si se piensa un poco más allá, da miedo pensar cómo serán los próximos años de esta pareja…
El hijo menor del mayor de los dos hermanos, ha heredado la aburrida necesidad de seguridad del padre que ya es mayor para criar otro hijo. Se comporta de manera excelente, ha elegido unos estudios brillantes, hacia una profesión sin riesgos, sin responsabilidades. Adosado a la aburrida necesidad de seguridad del padre se encuentran numerosos traumas que idealizan en su madre, todas las bondades que busca en una chica de su edad. Naturalmente, no encuentra ninguna. Cuando a su edad, en vez de novia, se busca una madre, sólo puede pasar que la frustración te lleve a no distinguir las enormes diferencias entre una cosa y la otra.
Por otra parte, el menor de los dos hermanos, ha tenido que hacerse una cueva en su propia casa, para tener su propio mundo y abstraerse de los colores rosa y azul intenso que adornan su dormitorio, salón y baño, en forma de terciopelo en sillas, alfombras, colchas, espejos y wateres recubiertos. Curioso. Como curiosas las vidas de cada uno. Como curiosa fue la tarde. Me faltaba Almodóvar, una camiseta de tirantes, una cadena de oro, y unas zapatillas. Pero al menos nos volvimos con una calabaza.
Desde tan lejos... nunca pensé que razonaba como el resto de la gente. Desde tan lejos, nunca imaginé que pudiera acercarme tanto al presente.
miércoles, 16 de mayo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario