
Miré detrás de mí, para cerciorarme de lo que estaba dejando a un lado. Me sentí como cuando de pequeño, me colocaba al borde de una línea imaginaria, y apoyaba las puntillas de mis pies sobre ella. Después, miraba hacia delante y volvía a imaginarme otra línea a cierta distancia de la primera. Me concentraba agachando la cabeza, apretaba los puños, flexionaba las piernas, movía los brazos repetidas veces, y ¡zas! , saltaba hasta sobrepasar mi segunda línea imaginaria.
Respiré hondo, sintiendo una liberación en mi interior. Miré el reloj del coche, que marcaba los segundos a un ritmo más lento, más pausado. Estaba relajado. Notaba cierta satisfacción interior, además de unas ganas enormes de contarlo a todo el mundo…